Joaquim Prats
Publicado en http://anatomiadelahistoria.com
el 22 de mayo de 2011
Creo que era Borges quien decía que
la memoria es como un saco
de espejos rotos.
La memoria personal se constituye
en fragmentos emotivos que seleccionan lo que se quiere recordar y borran, en
ocasiones totalmente, aquello que se desea olvidar. Ninguno de los fragmentos
refleja el conjunto de la realidad pasada y, en ocasiones, la desfiguran.
Si es así la memoria individual, qué
decir de la memoria colectiva, la tan debatida memoria histórica a la que, algunos, quieren dar carta de naturaleza en los contenidos
curriculares de algunas etapas educativas.
De hecho, hay pensadores que la
reivindican para combatir las manipulaciones que se cometen en la escritura de “historias
oficiales” institucionalizadas. Es cierto que hay olvidos que son usados para
ciertos fines de ocultación de las represiones de las dictaduras y que sirven a
los que, de manera interesada, han defendido los perdones y amnistías que han
seguido a los grandes crímenes al siglo XX. Son estrategias que propugnan el “olvido
feliz”. En estos casos sí que es aceptable, como dice Ricoeur, un “uso
inteligente del recuerdo y de la memoria social como medio para la liberación”.
Pero el problema de la memoria va más allá de recordar o no. Todos tenemos
derecho a recuperar nuestro pasado, pero no hay razón para erigir el culto a la
memoria por la memoria; sacralizar la
memoria es otro modo de hacerla estéril.
Incluso es posible llegar a pensar
que la promoción de la memoria histórica puede devenir en reaccionaria, ya que
desde Heidegger hasta Jung, pasando por Ortega y Gasset, la han convertido en
la base de nuestra identidad humana. Es un tema interesante de reflexión y,
probablemente, sea un excelente dilema para alcanzar una posición intelectual
inteligente (racional) ante el actual debate de la “memoria histórica”
impulsada por los partidos políticos.
Pese a todo, se puede aceptar que
la recuperación de la memoria social puede tener claras funciones de saneamiento de las sociedades
que han sufrido traumas históricos. Puede ser educativo incorporar al alumnado
en procesos que suponen renunciar al “olvido” interesado. Pero no debe confundirse
este tipo de actividades, que pueden tener sentido en la formación de la
conciencia social, con la provechosa enseñanza de la Historia como ciencia
social.
La controversia científica se
centra en la distinción que debe realizarse entre memoria e Historia. La memoria histórica es un proceso
estrictamente individual, biográfico, y que, por tanto, no puede ser tildada de
conocimiento histórico más que por metonimia. Memoria e Historia tienen poco
que ver entre sí, aunque solamente fuese por escala. La Historia de “buenos y
malos”, de “víctimas y verdugos” puede servir como mero argumentario para reafirmar
ideas políticas, incluso para entender una parte de nuestro presente, y fijar
nuestro compromiso. Pero no contribuye a la aceptación y a la comprensión.
Para que la llamada memoria histórica llegue a ser
provechosa e inspiradora de aprendizajes, el requisito fundamental es que sea
verificada y pensada a través de la Historia. De hecho, la Historia [científica] es una
trituradora de memoria que la digiere para poder producir conocimiento. La
trituración de las memorias no se produce por la distancia en el tiempo, sino
por la aplicación de método y teoría histórica sobre el recuerdo, el vestigio o
la fuente. Nunca los hechos fueron
realmente como se recuerdan.
La memoria histórica es en realidad
un combustible para la caldera de la Historia , ya que si la
Historia solo fuese memoria, ya no sería Historia. Para serlo
debe combinar los planos individuales, épicos y personales etc., con planos,
sociales, temporales e incluso seculares. Trabajar la memoria histórica con los
estudiantes plantea a los profesores un reto de gran interés didáctico: la
combinación de lo micro y lo macro considerados holísticamente, lo que supone
que una escala y una parte no se explican sin las otras. Por lo tanto, lo
recordado no se podrá explicar por sí solo, y lo concreto, las memorias, serán
plurales y contrastadas. Pero, hay que insistir, no explicarán nada por sí
mismas.
Por todo lo señalado, a pesar de
las propuestas memorialísticas, que se enmarcan en el debate político, en campañas
contra un juez que pretende restituir la dignidad de las víctimas de la
Guerra Civil , o en la fuerte
presencia de estas cuestiones en los debates mediáticos, se debe mantener una
prudente distancia y autonomía relativa en la enseñanza con estos temas, tan
potentes, como contingentes. Además, me atrevo a afirmar que los currículos y
la mayoría de los libros que utiliza el alumnado de ESO y Bachillerato contienen
explicaciones de gran rigor y cientificidad, también de los hechos dramáticos
de nuestra historia reciente. Hay que recuperar la potencia de la racionalidad
de la materia histórica (con mayúsculas) como contenido fundamental de la educación. Sobre todo, porque el
conocimiento de la Historia
es mucho más transformador y revolucionario que recrearse en los recuerdos o
las memorias de unos contra los otros.
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